A 60 años de la
muerte de mi padre
Por Freddy Lara
Felipe
“La muerte no existe,
la gente sólo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, siempre estaré
contigo.” |
Ha pasado mucho tiempo desde aquella prima noche en que recibí la infausta noticia del fallecimiento de mi padre Wenceslao Lara (laito), eso ocurrió el miércoles 8 de abril del año 1964. Para entonces yo era un hombrecito de catorce años, el mayor de cuatro hermanos, fruto de la unión de mi papá con mi madre Rafaela Felipe (fella).
Nosotros éramos una familia como otra cualquiera, vivíamos
modestamente de los magros ingresos que generaba una pequeña sastrería traumaste
propiedad de mi progenitor, la cual cambiaba de lugar cada temporada, en menos
de cinco años (1957-1962) estuvo localizada en la capital, Haina, Maimón (cerca
de la mina de hierro) y por último en el batey Palave. Esos años parece que
fueron los peores de la dictadura de Trujillo y el maestro laito (como lo conocían)
parece que pensaba que cambiando de lugar podría sacar su negocio adelante. En
ese trajinar, ocurrió un acontecimiento inesperado, mataron al jefe el 30 de
mayo del 1961. A partir de ese hecho, el ritmo del país dio un cambio brusco, del
silencio y los rumores clandestinos que tenían como telón de fondo el régimen, se
pasó al grito, primero tímido y luego desafiante, de
navidad con libertad y Balaguer muñequito de papel
Bajo el estado de incertidumbre que imperaba en los
meses posteriores a la caída de la dictadura, en la navidad de 1961, a Luisa
Lara, mi hermana, la hija mayor de mi progenitor, fruto de una unión anterior,
se le ocurrió la idea de armarle a nuestro padre un viaje a New York. Todavía
recuerdo esa madrugada de enero cuando mi papá se despidió de nosotros con los
ojos llorosos, iba en busca de mejor suerte.
Supongo la impresión que tuvo Wenceslao de New York en
invierno, cuando sus ojos vieron la nieve por primera vez en su vida, aquellos
grandes edificios y una lengua que no entendía, tal vez por eso, en una carta
que le escribió a mi mamá le expresó “Fella, el león no es como lo pintan”
Para hacerle la historia corta, al poco tiempo de
residir en la ciudad de los rascacielos, mi papá comenzó a sentirse mal de
salud, aun así, sacó fuerzas para colaborar con la reactivación del PRD en New
York que encabezaba, entre otros Porfirio Golibart, hubo un hálito de esperanza
cuando el profesor Bosch se impuso en la contienda electoral celebrada el 20 de
diciembre de 1962, la primera justa democrática luego de la caída de la
dictadura. Así Juan Bosch asume la primera magistratura del Estado el 27 de
febrero del 1963. Mi padre regresó de New York casi inmediatamente, pensando
que recuperaría la salud y podría trabajar en el gobierno o en otro lugar, pero
no fue así, el golpe de estado contra el gobierno de Bosch, ocurrido el 25 de
septiembre de 1963, lo sorprende en cama de enfermo, finalmente fallece el 8 de
abril de 1964, dejando como única herencia, una viuda sin recursos con cuatro
hijos que mantener.
Lo que le he contado hasta ahora, no auguraba, en términos
probabilísticos, para mi familia un final muy feliz. ¿Qué se podía esperar del
destino de una viuda pobre con un cuadro de hijos pequeños? Eran varios los
escenarios posibles;(a) Mendigar; (b) Delinquir; (c) Resignarse a la pobreza;
(d) trabajar y estudiar. Escogimos el ultimo camino y la historia que casi
siempre ocurre, no se repitió.
La pregunta obligada es ¿Porque ocurrió el milagro? La
respuesta es sencilla y a la vez profunda, todo tiene una relación
causa-efecto, aunque algunos creen que lo que a uno le sucede es cuestión de
suerte o mala suerte, no obstante, tenemos que aceptar que el azar juega su
papel, pero como variable explicativa de algunos resultados no llega al 5% de
ponderación.
En el caso de mi familia se conjugaron varios
factores, uno muy trascendente fue la armonía, aun en la precariedad, de mis
progenitores, otra fue la visión que tenía mi padre sobre la importancia de la
educación, aunque fue un autodidacta y por último la gran responsabilidad
paterna.
Por esas casualidades de la vida, yo fui el hijo mayor
del segundo matrimonio tanto de mi padre como de mi madre y esa condición me
dio la oportunidad de entender todo lo que él comenzó a enseñarme desde que yo tenía
seis años hasta los catorce, cuando la enfermedad lo venció. Es oportuno decir
que cuando yo nací mi papá tenía 45 años, para la época se consideraba una
persona mayor, la esperanza de vida no llegaba a 60 años, por esa razón, asumo
yo, él se esforzó en darme muchos consejos sobre comportamiento, disciplina,
obediencia y tenacidad, además me creo el hábito de la lectura diaria, aritmética,
corte y confección de pantalones, entre otros conocimientos. No parece casual
que me enseñara la técnica del corte de pantalones en los últimos meses de su
existencia.
Por lo dicho en el párrafo anterior, yo estaba
preparado para tomar las riendas de la familia después de la partida de mi
padre, tanto por el carácter que él me forjó, como por las habilidades que
logre desarrollar bajo su tutela. La primera decisión que tome después de su
deceso, sin que nadie me lo pidiera, fue suspender los estudios, cursaba el séptimo
grado en ese momento, para irme a trabajar como operario en una sastrería en
Haina, allí residía mi madrina Doña Pura Maldonado, prima hermana de mi papá,
quien me alojó en su casa. Después de trabajar allí por unos meses, regresé a
la capital y junto a mi madre y mis hermanos comenzamos a tratar de sobrevivir.
Fue muy duro, llegamos a habitar en viviendas precarias (cuarterías), mi mamá
era muy habilidosa, para conseguir algunos ingresos, llego hacer trabajos tan
vario pintos como ama de llave de un cónsul americano, coser camisas por
docena, leer horas santas y rosario en conmemoración de difuntos, leer la taza
a mujeres que tenían más de un enamorado y querían saber cuál le convenía o si el
viaje que tenían en proyecto iba a ser posible y finalmente termino
administrando dos comedores.
Por otro lado, justo a un año del fallecimiento de mi
padre, estalló la revolución del 24 de abril de 1965, en ese momento vivíamos en
el barrio San Juan Bosco, dentro de la zona que controlaban los americanos. La
situación era difícil, pero se presentó una oportunidad de ganar algún dinero
cargando latas de agua en carretillas desde el tanque del acueducto de la calle
San Juan Bosco, yo y mi hermano Valerio éramos los únicos muchachos que sus
padres le permitían salir a la calle por el peligro que representaba una bala
perdida. Al día hacíamos 15 o 20 viajes en una carretilla que le cabían 4 latas
de agua y cada viaje representaba un peso (el salario mínimo mensual de la época
eran RD$60).
En el año 1965 Valerio y yo ingresamos al Liceo
Secundario Unión Panamericana, recién fundado, allí nos graduamos de bachilleres
yo y todos mis hermanos y luego hicimos carrera universitaria. Lo otro es
historia.
Wenceslao Lara, nos dejaste un gran legado y por eso
te recordamos 60 años después de que te fuiste del plano terrenal y recitamos
parte de una estrofa que escribiste cuando tratando de decir en versos lo que sentías
“En un campo de caña en plena zafra/donde el hombre en su afán se desmayaba/por
encontrar el pan que allí buscaba/ para unos niños que esperaban…”
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